viernes, 11 de mayo de 2012

Dermatología y milicia

Tiene cada libro su propio destino. A él pertenecemos como lectores, incapaces de dar razón no ya de la afinidad, sino del mismo encuentro.

Aconsejado por el dermatólogo, muy convincente y tremendista en sus explicaciones, debo buscar un sombrero que ponga tasa a la radiación del sol en mi cabeza. Ello supone, en un pueblo como el de mi mujer, un grave problema de estética y discreción.

Esta tarde, después de recoger a Jimena, he ido caminando, buscando ya las sombras de los balcones, como si fuera agosto, a la sombrerería del puerto. Al pasar por Capitanía, que visité hace muchos años, treinta justos, cuando se fraguaba en mi una frustrada vocación militar alimentada de películas como Botón de ancla y Cateto a babor, me he fijado en el callejón que delimita el edificio por el Este: Calle del comandante Villamartín.

Catalogo a Villamartín, intuitivamente, como un intelectual de los cuartos de banderas. Sigo mi camino. Llego. Me explico y me dan a probar de casi todos los modelos. Rechazo muchos, pero aún así sobreabundan las posibilidades, por lo que tendré que meditar mi elección. Y volver varias veces a la tienda los próximos días. Esto lo doy por seguro. Creo que uno se juega mucho al calarse un sombrero.

A medio camino entro en una librería. Una chica que no podría decir si venía de merendar opíparamente o de sudar tinta en un gimnasio pregunta por un libro. La dueña del negocio, a voz en cuello, interroga a su empleada: ¿Nos quedan kamasutras de bolsillo? La otra quiere que se la trague la tierra. Viéndose perdida se acerca a la caja, donde esperan dos padres de familia (uno de ellos soy yo), buscando la respetabilidad que, a juzgar por su cara, no tiene su kamasutra de bolsillo y sí nuestros libros (siempre según la interfecta).

El caso es que yo esperaba mi turno para pagar El progreso del arte militar en sus analogías con el progreso de la sociedad, de Francisco Villamartín, una edición muy sencilla, algo deslucida en la portada, de dos capítulos de sus Nociones del arte militar. Se imprimió en la ciudad en 1968. Cuánto tiempo, amigo.




martes, 8 de mayo de 2012

Maquiavelo, lector de San Mateo

Esta tarde han llegado dos ejemplares de Razão de Estado e democracia, las actas del congreso de Covilhã organizado por António Bento. Busco mi texto, que me parece muy distinto (para peor) después de tres años y en cierto modo ajeno (para mejor), pues viene traducido al portugués.

Me alegra encontrar en el índice la meditación sumaria del algo extravagante profesor Salgado de Matos: "Cristo mestre de Maquiavel". Entre tantos argumentos retorcidos hasta la medula para concluir que la teoría de la democracia representativa tiene su correlato en el Cristo "profeta desarmado" del Sermón de la montaña, pero no en el que fue maestro de Maquiavelo, hay aquí y allá algunas iluminaciones que el autor rodea de todas las cautelas. Así, pone por delante que no pretende hacer hermenéutica de los textos sagrados, tampoco teología. En cambio, sitiéndose legitimado por el Edicto de Constantino y por el Cristo Señor de los Ejércitos que, en otro tiempo, galvanizaba la misión temporal de la Iglesia (y más recientemente el Cristo Rey de la Encíclica Quas primas de 1925), Salgado hace una lectura política del más antiguo relato evangélico.

Cristo no viene a traer la paz. Tampoco recomienda la pasividad al mandar a los suyos que sean sal y luz para el mundo. La estrategia de la serpiente presupone la existencia del enemigo, contra cuyos designios es lícito, si no imperativo, usar la fuerza y la violencia, tanto simbólica como física. ¿Qué mayor violencia simbólica contra los judíos que el anuncio de que Jesús es el Hijo de Dios?

Ignoro si el profesor es un hombre de fe, pero veo que en materia tan grave ha tomado sus precauciones al escribir que:

las palabras de Cristo son susceptibles de ser interpretadas como la enseñanza de una acción estratégica que toma a los hombres como medio, sin que ello implique la condenación eterna.


Cristo, maestro de Maquiavelo

No hace mucho, en un seminario organizado por el profesor António Bento en la Universidad de Beira Interior, en Covilhã, el profesor Luis Salgado Matos, emérito de la Universidad de Lisboa, improvisó una meditada comunicación sobre ciertas palabras de Cristo en el Evangelio de San Mateo. No las recuerdo ahora, pero confío en que las Actas de esa reunión, lejana ya (junio de 2009), las contengan.

Utiliza una fórmula equivalente a la del univesitario portugués (Cristo mestre de Maquiavel) el politólogo italiano Pier Paolo Portinaro. En su libro de muy alta divulgación científica Il realismo político, que compré hace unos días seducido por el tema de la conferencia de CG en Murcia, define el cristianismo, en el marco de su estudio, como "el realismo [político] de los débiles".

Menciona Portinaro la instrucción de Jesús a los apósteles de Mt 10, 16. En la traducción de la Nacar-Colunga reza así:

Os envío  como ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas.

El de Mateo es, tal vez, el Evangelio que más se presta a este tipo de meditaciones. Así, después, en Mt 13, 24-30, vine la parábola de la cizaña, una antropología política del enemigo y una escatología política de la enemistad. "La discordia en la morada del enemigo", que me parece la traducción perfecta del espléndido título de De Gaulle, es el corolario de los primeros versículos del pasaje. Y el relato de la "autnomía de lo político" en Mt 22, 15-22. Y el de la fuerza como ultima ratio, enseñanza de la expulsión de los mercaderes del templo (Mt 21, 12-14).

Políticos son también algunos silencios de Jesús, quien nunca dijo Diligete hostis vestros, sino lo que el evangelista recoge en Mt 5, 44.

viernes, 4 de mayo de 2012

El mar contra la tierra: malthusianismo contra populacionismo

Uno de los argumentos de la historia política es la lucha de los espumadores del mar contra los hombres de tierra firme. En la inapelable victoria del mar se ha fraguado la leyenda de que la libertad ha bendecido a los pueblos oceánidas. Sin embargo, recordaba Schmitt con sus buenas razones que más libres que los océanos son las fuentes que manan de la tierra.

La rivalidad entre la tierra y el mar tiene también una curiosa derivación ideológica: el triunfo del neomalthusianismo, particularmente a partir de la Gran guerra.

En mi visita a la Biblioteca del Ateneo de Madrid tuve tiempo de fotocopiar todo lo publicado por Gaston Bouthoul en la Revue International de Sociologie. Aprece su firma en 1922 y se mantiene hasta el final de la revista, en 1939. En el Ateneo, sin embargo, la colección se interrumpe, sin duda por la Guerra, por la nuestra, en el número de noviembre-diciembre de 1935.

Bouthoul firmó decenas de reseñas, muy desiguales en extensión, pero todas según la lex artis, sobre obras de economía política, sociología, socialismo jurídico, estadística o demografía. Se cumple con él aquel juicio de prudencia del crítico bueno: no hay libro malo. La mayoría de las obras reseñadas le parecía notable. Aquí y allá rayan algunas, incluso, en el clasicismo. De un libro que hoy nadie recuerda afirmaba en 1923 que "permanecerá".

En ese escenario preciso de la crítica científica, tan poco comprometido y mesurado, de pronto, salta la liebre.

Escribe Bouthoul en una glosa del Congreso mundial sobre la población, celebrado en Ginebra a finales de 1927, que los distintos delegados, respondiendo a la filosofía del Congreso, o mostraban su afinidad con las políticas antinatalistas o, por el contrario, defendían el populacionismo. Entre los primeros se contaban los anglosajones (y también los nórdicos); entre los segundos, anti-neomalthusianos, los pueblos continentales: "españoles, franceses, italianos, suizos y una parte de los alemanes", tal vez en orden decreciente de entusiasmo. 

El siglo XX, particularmente después de la II Guerra mundial, ha conocido numerosas justificaciones de la opinión, por lo demás muy extendida, partidaria del control de la natalidad. Pero ninguna de tantos vuelos como este que apunta Bouthoul:

En fin de compte, la différence de point de vue entre anglo-saxones et continentaux, se ramène-t-elle à une conception différente de l'état de guerre. Pour les anglosaxons insulaires comme les Britanniques ou quasi-insulaires comme les États-Unis, l'idée de guerre évoque l'idée de guerre navale où la supériorité est affaire de richesse et de technique exigeant relativement peu de de combattants. Au contraire les nations du continent vivent avec la hantise de la fragilité de leurs frontières et celle des effectifs des armées modernes et de l'effrayante consommation d'hommes des denières guerres. Jusqu'au présent, et malgré que celles-ci aient montré l'importance grandissante du matériel et de la technique, on continue à évaluer la force au nombre d'hommes qu'elles comptent.

Bouthoul no formúló expresamente la Pregunta (Qui prodest?), pero la respondió en términos diáfanos: Dime qué guerra practicas y te diré si eres malthusiano.

martes, 1 de mayo de 2012

Servata distantia

Mi amigo romano CG regresó a su casa. Le recibimos el jueves y estuvo con nosotros hasta el domingo 29. A mis alumnos y a algunos estudiantes curiosos de la Facultad de Derecho les explicó su taxonomía del liberalismo contemporáneo.

El sábado por la noche, después de misa, se quedó todavía un rato en casa. Jimena estaba dormida ya y Julia correteaba de aquí para allá, agitando con su trayectoria los pequeños montones de juguetes de los que estaba sembrado el salón. El suelo era ya un lugar peligroso, pero no tanto como el campo de minas en que, cotidianamente, lo convierte la espontánea colaboración de mis dos hijas.  Te y helado.

Hablamos de Giuseppe Ferrari, un historiador risorgimental y anticlerical, seguramente algo masón, del que aprecio su Histoire de la raison d'État (una edición francesa póstuma de fianles del XIX). Le descubro a C, que le conoce mucho mejor que yo, la perla de la introducción: a la inteligencia política parece que sólo se llega atravesando la voie de la douleur. Le pregunto por Teoria dei periodici politici, también de Ferrari y me dice que es una obra rarísima. Yo he tenido noticia de este libro por Bouthoul.

Ferrari fue el primer editor de las obras completas de Giambattista Vico. Pasamos otra vez a Ferrari, cuya muerte me relata, casi en penumbra. Luz. Me cuenta también las muertes de la Arendt y de De Gaulle, que ahora recuerdo que había leído, tal vez en De Gaulle, mon père, de su hijo el almirante Philippe De Gaulle. El héroe de Francia murió haciendo solitarios en su casa de Colombèy-les-deux-Églises.

Vico trabajó rodeado de sus sietes hijos. Le veo en su casa, revestido con la toga de profesor y escribiendo sobre los corsi y los recorsi en la historia, mientras sus hijos, después de la calma, han empezado otra vez una inocente guerra civil. Y, la verdad, todo esto es un consuelo.